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La idea de ascender el Volcán de Acatenango para lograr ver de frente el Volcán de Fuego tenía tiempo rondando mi mente. Durante una cena quedó decidido y todas las ideas comenzaron a convertirse en planes.
Conocí una Antigua lluviosa; los charcos en el parque central solo hicieron que la ciudad tuviera más encanto. Las calles empedradas y las ruinas de la ciudad me llevaron hasta el Arco de Santa Catalina, caminé un poco más y me encontré frente a la Iglesia de la Merced. Desde arriba, en la cúpula, pude ver toda la ciudad, la neblina que bajaba y vi de frente a mi objetivo.

A las 7:00 a.m. del día siguiente, Yinng abría las puertas de Wolfs en 9 Calle Oriente y María nos recibía con un desayuno chapín. Con ayuda de un dibujo en papel carta y fotos enmarcadas, Yinng nos explicó la ruta, qué podríamos esperar del ascenso, en dónde acamparíamos, nos contó un poco sobre la historia de Wolfs y sus experiencias; me preparó un té y revisó junto con María que los equipos estuvieran completos para asegurar nuestra aventura en el volcán.
Al llegar a La Soledad, la aldea donde iniciamos el ascenso, Yinng nos presentó a nuestros guías: Gustavo y Wilber. Pronto sentí la respiración agitada, las dudas, el “¿Ahora qué estás haciendo, Alejandrita” en mi mente; intenté seguir el paso de los más experimentados, pero decidí escucharme, dar un paso tras otro… pero a mi ritmo. Gustavo me acompañó y pudimos platicar un poco. Me contó que hace poco se unió a Wolfs, que conoce y sube el volcán desde que es un niño y que disfruta mucho de ser guía.

Llegó la hora del almuerzo y nos detuvimos un rato para comer y apretarnos en una pequeña lona para protegernos de la lluvia. Después de unos minutos retomamos el camino, y esta vez mi compañero fue Fabián; en el camino que compartimos nos dimos ánimos, platicamos un poco sobre nuestras vidas, bromeamos, cualquier cosa que nos ayudara a seguir (¡Lo logramos, Fabián!). Después Wilber me siguió el paso en el último lugar. Me contó cómo comenzó a ser guía, que, igual que Gustavo, sube y conoce el volcán desde hace varios años, que inició cargando material para construir las cabañas y después cargaba mochilas de los turistas. Le pregunté si después de tantas veces todavía le impresionaba ver el volcán de Fuego haciendo erupción, me dijo que siempre le parecía increíble verlo y que estaba muy agradecido por su trabajo. Más de 6 horas después, logré llegar al campamento.

La neblina cubría por completo el volcán de Fuego, pero sabía que estaba ahí, frente a mí aunque no pudiera verlo. En la noche nos reunimos en la cocina para cenar. Mientras platicaba con Nery y Fabián sobre su país, Panamá, y yo hacía una lista de lugares por visitar para un próximo viaje, comenzamos a escuchar los estruendos. Al inicio la neblina no nos dejaba ver más que un reflejo naranja en el cielo, luego la tormenta despejó el paisaje. Vi por primera vez en mi vida un volcán haciendo erupción. Salí con Nery a la lluvia para ver el espectáculo, escuchar el estruendo, ver el color naranja brillante saliendo expulsado del cráter para luego inundar por segundos el volcán. La fortuna de estar ahí. En mi vida he tomado muchas tazas de té, pero esta era la primera vez que tomaba una mientras un volcán hacía erupción frente a mí… y es un momento que siempre recordaré.



Fuego no dejó de hacer erupciones toda la noche. Una de ellas fue tan fuerte que hizo vibrar las cabañas, y a pesar del frío y del cansancio logré levantarme de un salto para verlo desde la puerta. Fue la erupción más grande que pude presenciar. Y seguía sin poder creer que estaba ahí, viviéndolo.
El amanecer desde el Acatenango nos ofreció un paisaje despejado. Se podía ver la Antigua, el volcán de Agua, el altiplano guatemalteco y un impresionante volcán de Fuego que no paraba de dar espectáculo. Tuve un par de horas para absorber todo lo que estaba viviendo. Después del desayuno nos preparamos para descender.

Durante los primeros minutos del descenso seguía escuchando los estruendos de Fuego mientras se quedaba atrás. La inclinación me obligaba a tomar un ritmo más rápido del que mi cuerpo quería, el cansancio del día anterior comenzó a hablar; traté de seguir el ritmo de los demás hasta que el dolor de rodillas reclamó y un tronco me hizo frenar de golpe. De nuevo me quedé al final del grupo con Gustavo que no dejó de animarme: “Ya casi lo logras, falta poco…” mientras yo solo le contestaba entre risas y dolor: “Me has dicho eso la última hora y ya no te creo nada”. Wilber me acompañó en el último tramo (el más difícil para mí), su paciencia en cada parada que tomé hizo la diferencia para que, efectivamente, pudiera lograrlo hasta el final; como recompensa cortó un durazno en el camino para regalármelo.

Yinng ya nos esperaba al terminar el recorrido. Me despedí de Gustavo y Wilber agradeciéndoles por toda la compañía, y mientras escribo esto no puedo evitar sentir la misma gratitud hacia ellos. Porque tal vez no lo supieron en ese momento, pero sus ánimos, bromas, historias y compañía hicieron para mí toda la diferencia en esta experiencia, y gracias a eso, ahora digo que a pesar del cansancio y el dolor, lo volvería a hacer igual 300 veces más.
De regreso a Antigua, con las piernas y rodillas tan adoloridas que sentía que cada paso era una tortura maya, María me contó que a ella le pasa lo mismo cuando sube, que entendía cómo me sentía y me ofreció una pastilla para calmar el dolor. Hasta el último momento que dejamos la agencia mientras Yinng esperaba para llevarnos a Atitlán en su camioneta, María seguía recordándome: “No olvides tomarla, te hará bien”. Pero sentirme acompañada por ellos fue lo que hizo la diferencia. En el camino a Atitlán, Yinng hizo una parada para comer en un restaurante a la orilla de la carretera, ahí no pude evitar preguntarle: “¿Hay leyendas sobre el volcán?” Lo que me compartió me dejó completamente asombrada, pero esas son sus historias para compartir.

Lo que viví en el volcán de Acatenango no solo fue un reto físico, también fue mental. Me ayudó a escucharme, a superar y respetar mis límites, a valorar la compañía que te anima aunque no te conozca, pero te ve en tu momento más vulnerable, a vivir una experiencia que solo podía imaginar. Gracias, lobos.
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