Hey bandita viajera, hoy les cuento sobre mi road trip de 8 días en Alaska durante el verano de este año, y les doy recomendaciones de mis lugares favoritos.
Mi novio Santiago y yo volamos con Delta Airlines. Hicimos una escala en el impresionante aeropuerto de Seattle y llegamos a Anchorage a las 2 am con algo que parecía un atardecer de madrugada, los días son sin noche en esta época del año. Dormimos en el Hotel Baymond Inn cerca del aeropuerto y a la mañana siguiente fuimos a Indie Campers a recoger nuestra Jeep Wrangler con tienda de campaña incluida. Nos detuvimos en el “Fred Meyer” a comprar agua, víveres, y comida chatarra; contraté una eSim de Hola Fly por 9 días y datos ilimitados por 600 MXN y partimos rumbo al sur.
Existen varios miradores en la carretera, con fondos de pinturas románticas del mar y las montañas nevadas. Después de casi una hora pasamos a Summit Lake Lodge al baño, por un pedazo de pizza, un Dr Pepper y una vista bellísima del Summit Lake. Más tarde volvimos a detenernos, ahora para comenzar nuestro primer hike “Slaughter Ridge Trail”.
Estacionamos la jeep y comenzaríamos el recorrido usando la app de All Trails. No les mentiré el recorrido es pura subida, dura y tupida, pero cada vez que volteen atrás podrán ver a los fantásticos lagos como motivación. Y así SantI y yo, él siempre muy optimista y yo siempre muy pesimista, llegamos a la cumbre, con el aliento perdido detrás de una sonrisa triunfal, unas espesas nubes que ensombrecieron el pasaje y una tímida llovizna que nos advertía darnos prisa con invisibles truenos en el horizonte. La vista era extraordinaria. Saqué la cámara, volamos el dron y nos abrazamos -No cabe duda que esto lo hago por amor por él, y por las fotos jajaja- y nos apresuramos a volver cuesta abajo. Fueron 7.4 kilómetros de distancia, 820 metros de elevación y 3 horas de aventura -ida y vuelta.
Finalmente manejamos 2 horas hasta el sur de la Península de Kenai hasta Homer y su pequeño brazo “Spit” que se adentra como el fin del mundo en la Bahía Kachemak. Aquí logramos encontrar un campamento “Mariner Park”, pagamos 30 USD la noche en su “parquímetro” para campers, cenamos “sangüichitos” y no nos pudimos bañar, porque había baños portátiles pero no regaderas. Montamos la tienda arriba de la jeep, la escalerilla para subir y nos dormimos alrededor de las 11 pm, oliendo a sudor y bosque, y un cielo rosa cerca de medianoche.
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Manejamos 3 horas desde Homer hasta Seward y en el camino vimos un par de colosales alces cruzar la carretera -un bello presagio de lo que nos esperaría el resto del día. Llegamos directo al hotel Harbor 360 Hotel para hacer check-in en nuestra actividad con Major Marine Tours y después abordamos nuestra embarcación “Spirit of Matuska”.
El tour dura 6 horas, cuesta 219 USD por persona y es un recorrido por el extraordinario Parque Nacional de los Fiordos de Kenai. Durante el trayecto pudimos ver cómo las formaciones rocosas cambiaban, al igual que las condiciones climáticas de un momento a otro. Tuvimos la fortuna de observar a la distancia fauna silvestre como cabritas montesas, leones marinos, nutrias flotantes, águilas calvas, puffins miniatura, ballenas jorobadas y las reinas del mar: dos tipos diferentes de orcas ¡Fue increíble! Seguimos avanzando y rodeamos los fiordos hasta llegar a la Península de Alaska, y aquí, toparnos con la majestuosidad del Glaciar Aialik.
Todo el recorrido hay un capitán que narra y explica todo lo que vemos, pero en ese momento nos pidió guardar silencio para escuchar el crujir del hielo y el impacto de los desprendimientos del glaciar en el mar ¡Es el canto del ártico! pensé, hasta que mis pensamientos se vieron interrumpidos por los “wow”, vítores y aplausos de los turistas enardecidos por el espectáculo natural. Los desprendimientos producen olas, y hay veces que son tan grandes que pueden generar hasta verdaderos tsunamis. En el camino de vuelta, comimos abordo unos sandwiches y nos tomamos unas cervececitas Alaskan y unas margaritas hechas con el hielo del glaciar.
Ya en tierra, por ahí de las 6 pm nos fuimos a nuestro camping site “Resurrection” en Seward que reservamos en línea por 50 USD, tiene estacionamiento junto al mar, y regaderas por lo que por fin, nos pudimos bañar a gusto. Finalmente atravesamos un puente repleto de pescadores que parecían inmunes al frío y cenamos en un restaurante ubicado en los muelles: Chinooks. Su Fish and Chips no era tan bueno, pero sus “Crab Cakes” (pasteles de cangrejo), su salmón estilo Thai y su bisque de langosta, con halibut y king crab ¡Deliciosos!
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Retomamos la carretera para ir a otro parque nacional en la Península de Kenai, a pocos minutos de Seward. Se llama Harding Icefield Trail y lo interesante de este sendero es llegar a la cima y poder observar el campo de hielo. De hecho suponía un largo recorrido de 14 kilómetros y 6 horas ida y vuelta. Sin embargo cuando llegamos al centro de visitantes nos advirtieron que solo se podía llegar hasta “Marmot Meadows” porque a partir de ese punto había riesgo de avalanchas.
Un poco desanimados comenzamos el ascenso pasando por pequeños riachuelos -aproveché para llenar mi botella con agua fresca del deshielo- “archipiélagos” de nieve y caminos muy inclinados ¡Las subidas, mis peores enemigas! hasta el punto máximo permitido. Tomamos algunas fotos y luego descendimos por la misma ruta. En la base, hay otro pequeño sendero que te lleva a un mirador del glaciar, su deslave y los ríos que se han formado en la zona. También hay unos letreros que te indican hasta donde llegaba el glaciar en diferentes décadas pasadas.
De vuelta al volante, nos dio hambre y pasamos a Trail Lake Lodge por alitas, un sandwich ruso y un heladito en la nevería de enfrente. Más tarde manejamos por otras dos horas hasta llegar a Portage y en su centro de visitantes pudimos ver por primera vez advertencias de osos en la zona, y luego también el increíble color de las aguas azules de su homónimo lago. Después de volar el drone decidimos continuar hasta Whittier, y por lo tanto cruzar su particular túnel montañoso. Cuesta 13 USD para autos (el costo es ida y vuelta) y cambia de sentido cada media hora aproximadamente. Les recomiendo checar los horarios en línea.
En Whittier había dos camping sites, pero ambos sin duchas, así que optamos por quedarnos en un hotelito de paso por 150 USD la noche. Antes de dormir, caminamos a un costado de los dos edificios más emblemáticos de esta mística ciudad: The Buckner Building, llamado también el fantasma de la Guerra Fría, un edificio diseñado como una ciudad bajo un mismo techo, pero que terminó por ser abandonado por siempre; y el otro edificio es The Hodge Building, unos condominios donde vive la mayoría de los habitantes de Whittier. Para nada me quejo de dormir esta noche en un cuarto de hotel, con agua caliente y una cama de verdad.
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Fuimos por un café a los muelles de Whittier, a una cafetería llamada Lazy Otter (o nutria floja jajaja). Un latte para mí y un chocolate caliente para Santiago. Después manejamos 5 minutos hasta el inicio del siguiente sendero: Portage Pass Trail. La primera parte es ríspida e inclinada -aunque a estas alturas mis piernas comenzaban a acostumbrarse al diario bello tormento de trepar montañas. Una vez en la parte más alta comienza el descenso donde aún se puede encontrar nieve espesa ocultando el camino -la botita de Decathlon y sus pantalones y chamarra impermeable no fallan.
El fin del sendero está marcado por el lago Portage y su playa oscura, algunos icebergs flotando en sus aguas como navíos y más allá como una lejana visión imposible el Iceberg del mismo nombre. “Hay que caminar hasta el glaciar” dijo Santiago mientras caminaba a zancada redoblada por la orilla del lago y yo como siempre viéndole la espalda y siguiéndolo incondicionalmente hasta el fin del mundo. Estuvimos a punto de lograrlo pero un río muy caudaloso nos impidió el paso. Fue así que dimos marcha atrás, volvimos a bajar y subir por el mismo camino hasta la jeep. Fueron 8 kilómetros en casi 3 horas.
Hambrientos volvimos a los Muelles de Whittier y en Swiftwater Seafood Café nos dimos un festín de pescado y camarones fritos, además de unas patitas de King Crab que cortamos a tijeretazos y que estaban suculentas.
Para dejar Whittier tomamos nuevamente el túnel montañoso, dejamos atrás la Península de Kenai, pasamos por Anchorage y manejamos hasta Palmer, donde encontramos el mejor campground Springer Camp para pasar la noche con baños, regaderas, lavandería, y conexiones a electricidad y agua. Hay que descansar bien porque al día siguiente nos espera el sendero más épico de este viaje.
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La noche en el campground de Palmer estuvo perfecta y esa mañana tras dos intentos fallidos de encontrar un buen lugar para almorzar, dimos con Sunrise Grill y su clásico desayuno gringo. Después manejamos unos 20 minutos hasta el estacionamiento del siguiente sendero, un circuito que nos llevaría un día entero, acampar esa noche en la montaña, casi 35 kilómetros y 2 mil metros de elevación totales: el legendario Gold Mint Trail and Reed Lakes Loop. Dejamos el jeep, intentamos pagar el parquímetro pero no servía, y cada uno con su mochila de montaña a la espalda y 10 kilos de equipaje emprendimos la aventura.
Los primeros kilómetros fueron casi planos, y la única verdadera adversidad era el espeso y resbaloso fango. Lo que realmente casi nos hace dar marcha atrás fue la advertencia de un oso en la zona -un grizzli que lo hacía más temerario- y unas huellas enormes que vimos impregnadas en el lodo confirmaron el rumor ¿Seguimos? Nos preguntamos al unísono, y el “sí” ganó por muy poco.
Durante varias horas caminamos atentos a la bestia, a cualquier sonido o movimiento entre las ramas, y con el spray anti-osos en la mano, listos para disparar. El sendero se fue haciendo más difícil e inclinado, cruzamos una zona de nieve y nuestros guías fueron el río, siempre a un costado del camino, la app de All Trails, y una marmota regordeta. Nos detuvimos a comer algo y luego seguimos. A estas alturas ya no nos preocupaba el oso.
En la última parte tuvimos que escalar entre las rocas, y aferrarnos de las “greñas” de los pastizales con todas nuestras fuerzas para no caer. Y con el último impulso llegamos al lugar donde acamparíamos tras 6 horas de arduo esfuerzo. Cuando solté la mochila al piso, sentí ligereza y emoción absolutas, para luego darme cuenta que todo estaba cubierto de nieve -hermoso y terrorífico al mismo tiempo- lo que hacía imposible montar la tienda. Afortunadamente ahí mismo está la Mint Hut, una pequeña cabaña roja que funciona como refugio para los montañistas. Nos encontramos a dos aventureras, y juntos compartimos el espacio en el tapanco, envueltos como orugas en nuestros “sleeping bags”. Mañana temprano decidiremos si continuaremos el circuito por la excesiva cantidad de nieve, pero de momento todo es felicidad.
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Despertamos en la cabaña, en lo que para nosotros era la cima del mundo, y Santi salió a explorar para ver si podríamos continuar el circuito. La nieve ocultaba el camino, y por delante teníamos un glaciar que cruzar; con algo de decepción decidimos volver por el mismo camino del día anterior, que no estaba libre de peligro, entre el aparatoso descenso y el oso que seguro nos estaba esperando para merendarnos.
Contrario a la expectativa, el regreso fue bastante fácil, pusimos música para ahuyentar a la bestia -irónicamente los osos nos tienen miedo a nosotros- y lo único que al final sí me dio batalla fue la mochila a la espalda que empezó a lastimarme los hombros. Así después de 12 horas y 27 kilómetros volvimos al estacionamiento donde nos esperaba nuestra jeep.
A pocos kilómetros de ahí visitamos las antiguas minas de oro de Independence Mine, sede de la fiebre de oro en la primera mitad del siglo XX. Actualmente se puede visitar este sitio histórico para conocer más sobre la historia de Hatcher’s Pass y la minería en la zona.
Estábamos cansados y teníamos mucha hambre, así que nos fuimos a comer a Palmer, a un lugar llamado AK Best Phillies que resultó ser de una familia de Jalisco -siempre es bello encontrarse mexicanos en otros países- y la neta es que esos “philllies” estaban buenérrimos. Justo enfrente se encontraba la cervecería local Bleeding Heart Brewery, nos dimos una chela y buscamos sin éxito espacio en un campersite a varios kilómetros a la redonda.
Cansados después del épico sendero, lo único que queríamos era una buena ducha y una cama cómoda y calentita, así que decidimos esa noche rentar una habitación en una casa que resultó el sitio perfecto para pasar la noche: Snowgoose Pond Bed & Breakfast. Los anfitriones eran una pareja encantadora con una casa antigua bellísima, clásico inicio de una película de terror que no sucedió. Dormimos de maravilla y nadie nos mató, ni los dueños de la casa, ni el oso, ni la montaña.
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La estancia en el Bed & Breakfast fue maravillosa. Los anfitriones nos prepararon un desayuno para llevar porque reservamos un tour tempranero, a una hora de ahí. El itinerario original del viaje era llegar hasta Valdez, pero al final vimos que estaba muy lejos y decidimos mejor quedarnos en la zona y conocer Glacier View.
El tour consistía en una visita guiada al Glaciar Matanuska, caminar sobre él y aprender sobre los glaciares. Nuestro guía fue “Hak”, nos dio el equipo necesario que consistía en botas, casco y crampones -los picos para caminar sobre el hielo y en una van nos llevaron hasta unos puentes flotantes donde iniciaba el recorrido.
Durante dos horas y media exploramos el glaciar, bailamos sobre un lodo muy esponjoso, vimos sus “morrenas”, grietas, una pequeña caverna, un parte de picos afilados que parecía la Fortaleza de la Soledad de Superman, y hasta bebimos agua directamente del glaciar. A mi me encantó, y Santiago cumplió un sueño más. El tour cuesta 130 USD por persona más 45 USD cada uno, porque resulta que el acceso está en propiedad privada y hay que pagarle al afortunado “dueño” del glaciar jajaja.
Al terminar manejamos unos 15 minutos hasta Sheep Mountain Lodge porque su restaurante tenía buenas reseñas en Google Maps y qué les digo, todo estaba ¡Delicioso! Unas quesadillas de salmón y salmón preparado para untar ¡uff! Luego un salmón con salsa de Maple y “Fish cakes” ¡Nos encantó! Y unas cervecitas Alaskan ¡Claro que sí! Yo pensando que aquí acababa nuestro día y ¿por qué no? A Santiago se le ocurrió hacer un sendero más, el de despedida.
Santiago descubrió en el boceto de nuestro itinerario original un sendero que estaba cerca de ahí. Habíamos visto en un video que el acceso estaba cerrado y que había que marcarle a los dueños para acceder. Al llegar la reja estaba abierta y ya no estaba el letrero con el teléfono así que decidimos avanzar sin contratiempos ni remordimientos.
El sendero se llama Lions Head Trail y consiste en 3.4 km de pura subida (allá vamos, otra vez). El camino se volvió laberíntico ya que por cada sendero había otros dos opcionales y esto lo hacía más complicado. Gracias a la app de All Trails logramos apegarnos a la ruta original y después de una hora -complicada por la abundante comida y las cervezas del almuerzo- hicimos cumbre. La vista era asombrosa, una de las mejores de todo el viaje, con el glaciar Matanuska enmarcado por las montañas y una tenue neblina, y una felicidad absoluta por haber logrado el último reto de Alaska. Nos sentamos ahí un buen rato para luego emprender el breve pero confuso y truculento descenso de regreso al estacionamiento.
Manejamos unos 5 minutos al que sería nuestro hogar por esa noche, Grand View Alaska, que ofrecía un gran espacio, con regaderas, un restaurante y una anfitriona china que no dejaba de sonreir por 40 USD. Nos tomamos unas cervezas más y quisimos esperar a que diera la media noche porque nos dimos cuenta que era 22 de junio, el solsticio de verano y por tanto el día más largo del año. Y así con la luz eterna del sol de medianoche, y una lluvia que puso a prueba la impermeabilidad de nuestra tienda de campaña, nos quedamos dormidos abrigados por los recuerdos de una jornada maravillosa.
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Volvimos a Anchorage y entregamos el jeep en Indie Campers. Salimos a caminar y luego nos metimos a la 49 State Brewing, una cervecería local a tomar algo y a comernos una hamburguesa de alce y el último salmón alaskeño. En el centro nos topamos con una feria por el solsticio de verano, y avanzamos hasta el Anchorage Museum.
Este museo celebra las culturas nativas de Alaska a través de sus exposiciones permanentes y temporales. Había una sobre la importancia ancestral de contar historias, a través de los cómics e ilustraciones de artistas locales. También cuenta con un Discovery Centre para aprender de ciencia de una manera didáctica -hasta pudimos tocar algunos animales fascinantes. Otra Expo sobre la historia de Alaska y cómo el hombre ha podido adaptarse y sobrevivir en sus tierras nórdicas. Quizá mi favorita fue la Expo de Alaska from Above, de un fotógrafo que fue precursor de la fotografía aérea en Alaska. Toda la colección del Museo Smithsonian es una locura con vestimentas y utensilios de los habitantes de Alaska, usando los recursos disponibles especialmente pieles de animales salvajes. ¡Ah! Y la exposición de arte americano con piezas un poco más contemporáneas, de verdad me sorprendió muchísimo la calidad y diversidad de su museografía ¡Amamos!
Finalmente en la noche -aunque no parecía por la luz eterna del día- nos fuimos a conocer uno de los dos bares discotecas gays de Anchorage, Mad Myrnas: la pasamos increíble y hasta hubo show de dragas ¡Nos encantó!
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Casi en vivo volamos de regreso a Seattle y aprovechando la larga escala nos salimos a pasear, para, finalmente volar a nuestro hogar en Ciudad de México.
Y así terminó nuestra aventura en Alaska, sin duda uno de los viajes más únicos y especiales que he hecho en mi vida, y con la persona que más amo. Les dejo aquí, unos episodios de Fudis por el Mundo en Alaska:
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